Son innumerables las
veces que nos gustaría dar un toque de atención a un niño/a que no se comporta
adecuadamente en un entorno ya sea público o privado, y no lo hacemos por miedo
al reproche o reacción de los padres.
Es cierto que en la educación
moderna se estila que el niño tenga más margen en sus acciones, pero sin
olvidar lo importante de que éste conozca sus límites y que éstos puedan venir impuestos
de un adulto que no necesariamente sea su padre, madre o tutor legal.
Enfrontémonos por favor a
este miedo y cojamos el rol de educadores que nos pertenece como ciudadanos del
mundo, no miremos a otro lado, seamos disciplinados y eduquemos a los niños que
lo precisen en el momento adecuado, no deleguemos todo a los padres, y si hace
falta eduquémoslos a ellos también.
Atendiendo a nuestro
deber olvidado de ciudadano educador conseguiremos que los niños respeten más a
los demás, conozcan sus límites, mejoren su empatía, se sientan parte de la
ciudadanía, disminuyan los conflictos y de paso educamos a los padres haciéndolos
ver que sus hijos no son sólo de ellos y que forman parte de un conjunto a
respetar.
Tenemos que pensar
también en acciones que aplaudan la buena labor de los padres, felicitando a
los niños en comportamientos extraordinarios o incluso fortaleciendo
verbalmente en situaciones que un padre transmita disciplina a su hijo o juegue
acaloradamente con él.
Me regañó por no regañar
a su hijo.